viernes, 8 de marzo de 2013

NUEVO RUMBO


Cuando el balón se detiene. Capítulo 12


Traspase Francia descubriendo paisajes hermosos, carreteras estresantes y personas raras pero que a le vez me sacaban una sonrisa con sus historias. No conducía rápido, me tome mi tiempo. Con forme pasaban los minutos empecé a tomarme este viaje como unas vacaciones. Dormí en tres hoteles distintos. Comí como nunca había comido, y siempre, antes de montarme en el coche para continuar con mi trayecto corría. Corría para despejar la mente. Echaba de menos correr sin tener preocupaciones en la cabeza.
Después de varios días conduciendo por las carreteras de Francia llegue a Cherboung para coger un ferry destino a Portsmouth. Cogí el más barato. Me daba igual el tiempo que durase el trayecto, no tenía ninguna prisa. Nadie me esperaba.
Cuatro horas repartidas en comer, contemplar y hacer fotos al paisaje y buscar sitios donde poder comprar provisiones. El trayecto en el ferry fue tranquilo. Relajante. Pensé en todo y en nada. Pensé en todo lo que me había pasado en la vida. Todo menos en lo que no quería pensar.
El viaje funcionaba.
Conocí a una familia; eran una niña y un niño mellizos, tenían 10 años. Jugaban con muñecos. Más bien ella jugaba con los muñecos él la molestaba. La madre, muy pendiente de ambos, trataba que el niño dejara de molestar a su hermana. Encima del capó del coche había una chica de unos 16 años con cascos y un móvil. Adolescente abducida por las nuevas tecnologías. No hacía mucho caso a sus padres y gritaba a sus hermanos que la dejaran tranquila.
Apoyada en el coche y comiendo gominolas observaba a los mellizos. Jugaban juntos, separados, reían, se daban caricias y se pegaban, Eso sí, si el que recibía el golpe lloraba el otro no se separaba de él. Me hacían mucha gracia. Me hicieron recordar los tiempos de cuando era pequeña y me peleaba con mis hermanos. Los niños se acercaban a pedirme gominolas. Yo, encantada, les daba. «Dejar a esa chica tranquila» les pedía su padre que leía un periódico francés. «No me molestan» conteste con una sonrisa en la cara ofreciéndoles más. « ¿Qué se dice?» dijo la madre «gracias» contestaron los mellizos a la vez.
Fueron cinco horas largas pero muy amenas. Por fin el ferry llego a su puerto y pisamos tierras inglesas.
De Portsmouth a Londres hay 135 kilómetros y con el coche me los hice en unas 2 horas. Llegue a Londres muy perdida. Sin saber dónde estaba ni dónde tenía o podía ir. Aparque el coche en el primer sitio que vi y entré en la cafetería más cercana. Tomándome un café recordé a Pablo. Encendí el móvil para buscar su número. Tenía muchísimas llamadas de familia, amigos y él. Antes de irme solo avise a una persona. Sabía que si no me encontraban acudirían a Macarena para saber de mí. En ese momento solo pensaba en organizarme y acomodarme en esa desconocida ciudad, cuando estuviera bien instalada ya contestaría las llamadas.
Pablo se alegro de mi llamada y de que pensara en él para acomodarme. Estaba a punto de entrar a trabajar después de un pequeño descanso para comer. Me pidió que acudiera allí. me explico que transporte podía coger para llegar. Brevemente le explique cómo había llegado a Londres y sus palabras fueron; «Estas muy loca. Utiliza un GPS.» Se rio. Me reí. Enseguida dejamos de reírnos puesto que tenía que trabajar pero antes de colgar me dijo; «Te espero aquí. Si te pierdes hasta las siete no salgo, así que das vueltas.»
No había tanta confianza entre nosotros. Solo le di clases particulares de inglés durante un año o año y medio. Pero desde ese momento en el que, sentada en esa acogedora cafetería, le llamé supe que enseguida la habría. Con esa llamada comenzó el principio de una aventura llena de confianza.
Ya llevaba varias horas conduciendo por las carreteras de UK pero una no se acostumbra tan rápido a conducir por el lado contrario. Tardé  bastante en llegar al lugar de trabajo de Pablo. Lo logré y lo agradecí. Hacía bastante tiempo que no me tomaba un buen café de los que me tomaba en Madrid y el trabajo de Pablo era el idóneo. Un Starbucks.
Se me hizo larga la espera. Estaba cansada de tanto viaje y allí había mucha gente. Los ratos que Pablo se acercaba me sacaba una sonrisa. Se agradecía. Pablo termino de trabajar y me invito a cenar. Allí cenan muy pronto, una hora la cual yo no estaba acostumbrada a cenar pero tenía hambre y hacia muchos días que no comía tan saludable. Esa noche la pase en el pequeño apartamento de Pablo, aunque lo que se dice dormir no dormimos mucho. El me contó cómo fue su estancia en Londres y yo le conté el motivo por el cual estaba allí.

El día siguiente me despertó el olor del café «hacía mucho tiempo que no me preparaban el desayuno» dije al entrar en la cocina «perdón» agregue rápidamente al ver que quien preparaba el café no era Pablo. Me quede sin palabras. Un chico alto, con una espalda como un armario, moreno de piel y de pelo y con un calzoncillo negro y nada más preparaba el desayuno. Embobada le miraba. Viendo como movía los labios pero sin atender lo que vocalizaba.

·         ¿Mucho tiempo sin mojar? - me preguntó Pablo dándome una palmada en el culo.
·         ¿Zumo? – me ofreció el moreno un vaso.
·         Coge el vaso que no muerde – dijo Pablo cogiendo el vaso y dejándolo encima de la mesa.

Sin importarles que yo estuviera delante empezaron a besarse, acariciarse, reírse, darse de comer el uno al otro. Me senté en una de las sillas de esa cocina tan cuqui, me tome el zumo que el moreno me ofreció y sin ni siquiera pensarlo dije.

·         ¿Desde cuándo…?
·         ¿Soy gay? Desde que llegue aquí.
·         ¿Me lo cotaras?
·         Si, uno de estos días que no tengamos nada que hacer y decidamos ver pelis toda la tarde.
·         Lo apunto – sonreí.
·         Por cierto me llamo George – dijo el morenazo sonriendo.

Me tenía atontada el novio-ligue de Pablo. Era difícil quitar la vista de ese torso desnudo.

·         Va a ser eso cierto de que si cobramos porque te miren nos haremos millonarios – dijo Pablo riéndose.
·         ¿Ya tienes piso? – preguntó George mientras se comía una tostada. Era tan sexy.
·         No tienes opciones – dijo Pablo-, ya no es bi – dijo victorioso.
·         A que en cualquier momento se me lanza – dije aún atontada por esos ojos marrones.
·         No ya no – dijo George.
·         Yo dispuesta eh – sonreí-,  no te denunciaría.
·         Es divertida tu amiga – miró  George a Pablo.
·         Nos desviamos del tema – dijo Pablo tirándome un trapo-. ¿Tienes casa o no?
·         No voy a quedarme aquí a vivir.
·         Te quedarás – afirmó George.
·         No, solo quería despejar la mente. En septiembre tengo que volver a Madrid.
·         Al final te quedarás – repitió Pablo.
·         Es muy difícil irse de Londres si tienes la oportunidad de quedarte – añadió George.
·         ¿Eh?
·         Es italiano – dice Pablo.
·         Interesante – le miré con una sonrisa-. ¿Me enseñáis la ciudad? – les mire poniendo ojitos.
·         Tengo clase – dice Pablo.
·         Yo te la enseño – se ofreció George con una gran sonrisa en la cara.
·         No me quedare – le amenacé con el dedo.
·         Eso lo veremos.

Nos acabábamos de conocer pero en ese momento y en esa ciudad no nos importaba. George y yo íbamos por la calles, tiendas, parques y autobuses de Londres como hermanos. No nos importaba nada. Solo reír y disfrutar.

·         El mes que pasé fue increíble. Seguía siendo yo, con algunos añadidos pero la misma Alicia de siempre. La primera semana acabe muerta. Todas las noches me tenían de marcha. De garito en garito. Y en todos los conocían.
·         ¿Y por qué decidiste irte a estudiar allí? – pregunta Pablo. Es más rápido que yo.
·         Me acostumbré a estar allí. Pablo y George me convencieron y aproveché una segunda oportunidad.
·         ¿Pablo se llama así por tu amigo? - miro a mamá.
·         No - contesta rápidamente-. Eso es mera casualidad - mira a papá.

Se me hace raro estar un lunes tumbada al sol sin hacer nada. Estoy a cargo de Pablo, Marcus y Terry que están dentro de la piscina jugando con pistolas de agua, por suerte Josh no ha sido el que ha traído a Terry. El móvil suena es un mensaje de Riccardo, me saca una sonrisa. Hablando con él se me pasa la mañana volando, ha conseguido que la mañana sea más amena. Lograr que los tres mosqueteros salgan del agua es misión imposible sobre todo si interrumpen llamando al timbre.

·         Cuando vuelva quiero que estéis fuera del agua, ¡tenéis 5 minutos!

Seguramente no me hagan caso. Miro por el video monitor antes de abrir; es Riccardo, ¿qué hace aquí? Le abro y salgo a la verja para recibirlo.

·         ¡Sorpresa! - grita sonriendo.
·         Estás loco.
·         No sabes cuánto - me da dos besos cuando estamos uno frente al otro.
·         ¿Qué haces aquí?
·         Me has dicho que los enanos te estaban volviendo loca, he venido a ver si puedo domar a las fieras.
·         No has hecho bien en venir.
·         No he venido con malas intenciones.
·         Lo sé pero el hermano de Josh está aquí y en cualquier momento se puede presentar.
·         ¿No puedes tener amigos?
·         Claro que sí.
·         Pues todo solucionado - sonríe.
·         No te das por vencido, ¿no?
·         No - sonríe.
·         ¿Te quedas a comer?
·         Pensaba que nunca me lo preguntarías.
·         Que morro tienes. Pero tienes que ganártela.
·         ¿Es una prueba?
·         Puede. Ayúdame a que los enanos se tranquilicen y te doy de comer.
·         ¿Me vas a dar de comer como a un niño pequeño?
·         Que infantil eres - río.

Al llegar al jardín los tres mosqueteros todavía siguen jugando en el agua. Mientras pongo la mesa del jardín, con ayuda de Riccardo, y caliento la comida que mamá preparó dejo que se vayan secando. Antes de sacar los macarrones gratinados con tomate salgo para ver cómo van. Pablo está secándose con la toalla mientras Terry y Marcus se aclaran el cloro de la piscina en la ducha, me arrodillo frente a él y le ayudo a secarse el pelo.

·         ¿Es tu nuevo novio?
·         No - sonrío.
·         ¿Ya no quieres a Josh?
·         Claro que le quiero, ¿por qué lo preguntas?
·         Por como os miráis, me recordáis a mamá y a papá. 
·         ¿Me abrazas?

Sin pensárselo ni un segundo mi pequeño monstruito me da un fuerte abrazo. Tiene 10 años pero me conoce muy bien y sabe que estoy hecha un lío y que mis sentimientos están cambiando.

·         Prima tengo hambre - grita Marcus acercándose a la mesa a coger un trozo de pan.
·         Toma - me levanto-, sécate el pelo - le entrego una toalla-, tu también Terry - le entrego otra-, no quiero que os resfriéis.
·         ¿Siempre estás tan pendiente de ellos? - me pregunta Riccardo.
·         Sí. Son muy pesados pero les quiero mucho.
·         Que os quede claro que es mía - les amenaza Pablo agarrándome de la mano.

Los cinco comemos tranquilos. Riéndonos con chistes e historias que Riccardo cuenta. Pablo también cuenta algunas historias embarazosas sobre mí que Marcus y Terry conocen. Roja como la nariz de un payaso recojo la mesa mientras los chicos se comen un helado de postre. Riccardo, al igual que antes de comer, me ayuda a recoger. Insiste en fregar él los platos, cosa que no puedo permitir, está aquí como invitado. Dejándonos llevar nos ponemos juntos a lavar los platos.
Se escucha cerrarse la puerta y a los pocos minutos la voz de Alicia invade la cocina.

·         ¿Qué tal se han portado?
·         Hola mamá. Muy bien - sonrío.
·         Huy, ¿y este chico tan guapo? - dice cuando ve a Riccardo.
·         Hola señora - se acerca a ella para darle la mano-, Riccardo, encantado.
·         De tú por favor - le pide mamá sonriendo-, encantada. Dejad eso ya lo término yo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario