Cuando el balón se detiene. Capítulo 8.
Es
una gozada llegar a casa y que, estando llena, haya tranquilidad. Se agradece
cuando Pablo está durmiendo. A pesar de la pequeña riña que he tenido con mi
padre hoy es el día que más tarde llego a casa, ésta vez con permiso, no quiero
volver a estar días sin poder ir al Bernabéu. Es el peor castigo que papá nos
puede poner y no le tiembla la voz cuando tiene que ponerlo.
·
Ahora
que los niños están dormidos en sus habitaciones – dice Mesut – y por fin
estamos solos me vas a contar esa historia que llevo esperando tanto tiempo.
Escucho
a mi padre cuando paso por la habitación.
·
Ya
sabes lo que pasó - rehúye mamá.
·
¿Por
qué espías a mamá y a papá? - me asusta Pablo.
·
Vete
a dormir.
·
Me
quedo o me chivo - me chantajea.
·
Eso
es chantaje - le extiendo la mano para que se acerque-. Pero calla eh - le tapo
la boca con la mano.
·
Pero quiero saberlo todo, porque nunca me has contado como
conociste a Luca.
·
Sí que te lo he contado.
·
A mí no – entra Pablo a la habitación.
·
¡Enano! – grito enfadada-. Te he dejado quedarte con la
condición de que te callaras – me levanto del suelo resoplando.
·
¿Nos la cuentas también a nosotros? – pregunta Pablo subiéndose
a la cama.
·
Ven tu también Hazine - me dice mi madre haciéndome sitio entre
ella y Pablo.
·
Pensaba que iba a ser una sesión privada – se queja papá
mirándonos.
·
No te quejes que seguro que tú te la sabes de memoria – le
reprocha Pablo.
·
¿Y qué momento de vuestra vida vas a contar ahora? – pregunto
mirando a Alicia con curiosidad.
·
Cuando mamá abandonó tierras españolas para invadir tierras
inglesas – dice papá.
Cuando
terminé los exámenes continúe yendo al gimnasio para seguir practicando boxeo y
desahogarme. Necesitaba sacar mucha rabia que tenia dentro y boxear era lo
mejor. Hasta que en una de las visitas de mi hermano mayor se me paso por la
cabeza una locura. Y necesitaba hacerlo antes de que se volviera a Zaragoza.
Hice la maleta y con el móvil, el portátil y música, así por la cara, le cogí
las llaves del coche y me puse a conducir sin rumbo fijo.
Después
de mucho tiempo conduciendo empecé a notar cansancio así que decidí parar en la
primera gasolinera que vi abierta. Tuve suerte. Había una amplia cafetería.
Rellene, por si acaso, el depósito de gasolina y entre en la cafetería para
tomar algo. Más bien fue para estirar las piernas, necesitaba estirarlas. Al
mirar la carta me di cuenta que estaba escrito en francés. Sin noción del
tiempo y de las carreteras por las que conducía había cruzado la frontera.
·
¿Necesita
ayuda? – me preguntó en francés un apuesto y joven caballero.
·
No –
le conteste levantando la mirada para mirarlo.
·
¿Segura?
Se la ve un poco perdida.
·
Solo
una pregunta, exactamente… ¿Dónde estoy? – pregunté en francés.
·
Libourne.
·
Muchas
gracias – le esboce una sonrisa de agradecimiento.
·
¿Adónde
se dirige? Es para indicarle el mejor camino.
·
No
sé. No sé donde me dirijo – dije confusa saliendo de la cafetería para meterme
de vuelta en el coche.
Metí
la llave en el conducto, encendí el motor pero no arranque el coche. Saque la
lleve del conducto y suspire. No sabía dónde ir. No sabía si dar marcha atrás y
volverme a España o continuar hacia delante y llegar a donde las ruedas me
llevasen.
Un
golpe en la ventanilla me asustó y me sacó de ese pensamiento equívoco.
Era
el caballero que minutos antes, tan amablemente, me había ayudado que con sus
nudillos trataba de llamar mi atención. Lo consiguió. Abrí la puerta y bajé del
coche.
·
No la
conozco pero si va a continuar conduciendo debería comer algo – señaló la
luminosa y vacía cafetería-. La he asustado
y no me gustaría ser culpable de su desaparición – esbozó una sonrisa con unos
perfectos dientes blancos.
Estaba
muy perdida y pensé que una pequeña ayuda no me sentaría mal, además necesitaba
descansar y comer. Tenía mucha hambre y mis tripas lo decían. Cogí el bolso del
asiento del copiloto y después de cerrar el coche me encaminé junto a él hacia la cafetería.
·
Me
llamo Luca - se presento extendiéndome la mano cuando ya estábamos sentados.
·
Alicia
– hice lo propio.
·
¿Qué
hace una dama tan bella como usted sola por estas carreteras?
No le
contesté al instante. La camarera se acercó a la mesa para tomarnos nota. Me
pedí un café con leche con algo dulce y él un café solo. Se extrañó que al
llevar tanto tiempo conduciendo no me pidiera algo abundante para comer.
·
No
tengo el estómago para comer mucho – le dije al ver su cara de asombro-, aunque
él no esté de acuerdo – sonreí tocándome la tripa.
·
Debes
de llevar muchas horas conduciendo, ¿segura que no quiere nada más?
·
Desde
Madrid, y sí, estoy bien así y tutéeme por favor, me hace sentirme mayor – dije
sin quitar la sonrisa de mi cara.
·
Claro
– sonrió -¿Desde Madrid? – seguía preguntando sin comprender tantos kilómetros.
·
Conducir
era la única manera que he encontrado para poder dejar de pensar.
·
¿Por
qué no te pones música a todo volumen como todo el mundo? – me preguntó
dedicándole una mirada y una sonrisa a la camarera que dejaba sobre la mesa
nuestra comanda.
·
Gracias
– le dije a la camarera que me respondió «de
rien» con una sonrisa-. Los pensamientos me pueden
y pasan por encima de la música – contesté cuando la camarera se alejaba.
·
¿Y
qué pensamientos son los que quieres olvidar?
No me gustó nada esa pregunta y así se lo hice notar en mi
cara. Le miré y sin decir nada cogí mi bolso y mi café y me dirigí a otra mesa.
«Lo siento – me dijo – no quería…, perdona.» Parecía sincero. No sé si por ser amable o
qué pero en ese momento no me iba a ir nada mal hablar con alguien que no
supiera de mi vida. Aunque fuera en francés. Me volví a sentar frente a Luca y
se disculpó nuevamente. Hablamos de música, deportes, libros, cine, arte,
viajes. Un poco de todo. Comimos. Se nos pasó el tiempo muy rápido. También me
ayudó a situarme y guiarme. Me aconsejó, tras decidir donde quería ir, porqué
carreteras iría mejor y dónde podía parar a descansar. Nos dimos el número de
teléfono, nos caímos bien y es bueno tener un amigo viajero.
Con música y un poco más calmada y aliviada me sumergí en la
conducción por las carreteras de Francia. A unos kilómetros de donde salí
encontré el pequeño hotel que Luca me aconsejó. Pensando en cómo me iba a
organizar cuando llegara a mi destino me dormí en esa pequeña y acogedora
habitación.
·
¿Ahí acaba? – me quejo cuando mamá termina de
hablar.
·
¿Esa es tu aventura fuera de España? – dice
Pablo-. Pues vaya mierda – añade.
·
No hables así – dice papá tapándole la boca a
Pablo-. Es la historia que yo quería oír, si no os ha gustado no haber venido.
·
Otro día os cuento el resto que ahora ya es
tarde – dice mamá-. Hazine recuerda que mañana comemos fuera- añade.
·
¿No íbamos a cenar?
·
Si no te quieres ir con tus amigos pues
cenamos después de tu graduación.
·
¿Enserio puedo ir a cenar con mis amigos
después de la graduación? – pregunto entusiasmada.
·
Si – sonríen los dos.
·
¿Sin hora?
·
Sin hora – dice mamá.
·
Eso tendremos que hablarlo – dice papá.
·
De eso nada – dice mamá pasándole la mano por
la cara para que calle.
Con
esas palabras Pablo y yo nos marchamos a nuestras habitaciones a dormir y
dejamos a papá y a mamá hablar de sus
cosas. Me quedo un rato escuchando lo que dicen. No entiendo lo que dicen. Solo
murmuran y ríen. Seguro que se están besuqueando y tocando.
Después
de comer en mi restaurante favorito con Josh, mis padres, los suyos y los
enanos de Pablo y Terry estoy subida en el escenario del pabellón del colegio
esperando mi turno, observando a mis padres, que con una gran sonrisa y los
ojos brillantes no me quitan la vista de encima.
Recién
graduada en secundaria estoy en una sala habilitada para ésta ocasión rodeada
de señoras mayores que achuchan a sus nietos. Me apena que ninguno de mis
abuelos estén aquí pero están aquí las tres personas más importantes de mi
vida; mi madre, mi padre y mi hermano.
·
¿Qué
te pasa hija? - me aparta mi padre de la muchedumbre-. Deberías estar feliz y
haciendo el tonto con tus amigos - me acaricia la cara.
·
Y
estoy feliz - sonrío.
·
¿Estás
así por los abuelos? No pienses en eso, no dejes que nuestros problemas te jodan
tu día. Volvamos y sonríe, no preocupes a tu madre.
Me
agarra por los hombros y volvemos.
·
Los
ha elegido mamá, ¿verdad? - señalo los pendientes que me ha regalado por la
mañana.
·
Sí
– sonríe-, siempre elige ella – se le ilumina la cara al llegar a su vera.
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