domingo, 10 de febrero de 2013

NUEVO RUMBO


Cuando el balón se detiene. Capítulo 8.

Es una gozada llegar a casa y que, estando llena, haya tranquilidad. Se agradece cuando Pablo está durmiendo. A pesar de la pequeña riña que he tenido con mi padre hoy es el día que más tarde llego a casa, ésta vez con permiso, no quiero volver a estar días sin poder ir al Bernabéu. Es el peor castigo que papá nos puede poner y no le tiembla la voz cuando tiene que ponerlo.

·         Ahora que los niños están dormidos en sus habitaciones – dice Mesut – y por fin estamos solos me vas a contar esa historia que llevo esperando tanto tiempo.

Escucho a mi padre cuando paso por la habitación.

·         Ya sabes lo que pasó - rehúye mamá.
·         ¿Por qué espías a mamá y a papá? - me asusta Pablo.
·         Vete a dormir.
·         Me quedo o me chivo - me chantajea.
·         Eso es chantaje - le extiendo la mano para que se acerque-. Pero calla eh - le tapo la boca con la mano.
·         Pero quiero saberlo todo, porque nunca me has contado como conociste a Luca.
·         Sí que te lo he contado.
·         A mí no – entra Pablo a la habitación.
·         ¡Enano! – grito enfadada-. Te he dejado quedarte con la condición de que te callaras – me levanto del suelo resoplando.
·         ¿Nos la cuentas también a nosotros? – pregunta Pablo subiéndose a la cama.
·         Ven tu también Hazine - me dice mi madre haciéndome sitio entre ella y Pablo.
·         Pensaba que iba a ser una sesión privada – se queja papá mirándonos.
·         No te quejes que seguro que tú te la sabes de memoria – le reprocha Pablo.
·         ¿Y qué momento de vuestra vida vas a contar ahora? – pregunto mirando a Alicia con curiosidad.
·         Cuando mamá abandonó tierras españolas para invadir tierras inglesas – dice papá.

Cuando terminé los exámenes continúe yendo al gimnasio para seguir practicando boxeo y desahogarme. Necesitaba sacar mucha rabia que tenia dentro y boxear era lo mejor. Hasta que en una de las visitas de mi hermano mayor se me paso por la cabeza una locura. Y necesitaba hacerlo antes de que se volviera a Zaragoza. Hice la maleta y con el móvil, el portátil y música, así por la cara, le cogí las llaves del coche y me puse a conducir sin rumbo fijo.

Después de mucho tiempo conduciendo empecé a notar cansancio así que decidí parar en la primera gasolinera que vi abierta. Tuve suerte. Había una amplia cafetería. Rellene, por si acaso, el depósito de gasolina y entre en la cafetería para tomar algo. Más bien fue para estirar las piernas, necesitaba estirarlas. Al mirar la carta me di cuenta que estaba escrito en francés. Sin noción del tiempo y de las carreteras por las que conducía había cruzado la frontera.

·         ¿Necesita ayuda? – me preguntó en francés un apuesto y joven caballero.
·         No – le conteste levantando la mirada para mirarlo.
·         ¿Segura? Se la ve un poco perdida.
·         Solo una pregunta, exactamente… ¿Dónde estoy? – pregunté en francés.
·         Libourne.
·         Muchas gracias – le esboce una sonrisa de agradecimiento.
·         ¿Adónde se dirige? Es para indicarle el mejor camino.
·         No sé. No sé donde me dirijo – dije confusa saliendo de la cafetería para meterme de vuelta en el coche.

Metí la llave en el conducto, encendí el motor pero no arranque el coche. Saque la lleve del conducto y suspire. No sabía dónde ir. No sabía si dar marcha atrás y volverme a España o continuar hacia delante y llegar a donde las ruedas me llevasen.
Un golpe en la ventanilla me asustó y me sacó de ese pensamiento equívoco.
Era el caballero que minutos antes, tan amablemente, me había ayudado que con sus nudillos trataba de llamar mi atención. Lo consiguió. Abrí la puerta y bajé del coche.

·         No la conozco pero si va a continuar conduciendo debería comer algo – señaló la luminosa  y vacía cafetería-. La he asustado y no me gustaría ser culpable de su desaparición – esbozó una sonrisa con unos perfectos dientes blancos.

Estaba muy perdida y pensé que una pequeña ayuda no me sentaría mal, además necesitaba descansar y comer. Tenía mucha hambre y mis tripas lo decían. Cogí el bolso del asiento del copiloto y después de cerrar el coche me encaminé  junto a él hacia la cafetería.

·         Me llamo Luca - se presento extendiéndome la mano cuando ya estábamos sentados.
·         Alicia – hice lo propio.
·         ¿Qué hace una dama tan bella como usted sola por estas carreteras?

No le contesté al instante. La camarera se acercó a la mesa para tomarnos nota. Me pedí un café con leche con algo dulce y él un café solo. Se extrañó que al llevar tanto tiempo conduciendo no me pidiera algo abundante para comer.

·         No tengo el estómago para comer mucho – le dije al ver su cara de asombro-, aunque él no esté de acuerdo – sonreí tocándome la tripa.
·         Debes de llevar muchas horas conduciendo, ¿segura que no quiere nada más?
·         Desde Madrid, y sí, estoy bien así y tutéeme por favor, me hace sentirme mayor – dije sin quitar la sonrisa de mi cara.
·         Claro – sonrió -¿Desde Madrid? – seguía preguntando sin comprender tantos kilómetros.
·         Conducir era la única manera que he encontrado para poder dejar de pensar.
·         ¿Por qué no te pones música a todo volumen como todo el mundo? – me preguntó dedicándole una mirada y una sonrisa a la camarera que dejaba sobre la mesa nuestra comanda.
·         Gracias – le dije a la camarera que me respondió «de rien» con una sonrisa-. Los pensamientos me pueden y pasan por encima de la música – contesté cuando la camarera se alejaba.
·         ¿Y qué pensamientos son los que quieres olvidar?

No me gustó nada esa pregunta y así se lo hice notar en mi cara. Le miré y sin decir nada cogí mi bolso y mi café y me dirigí a otra mesa. «Lo siento – me dijo – no quería…, perdona.» Parecía sincero. No sé si por ser amable o qué pero en ese momento no me iba a ir nada mal hablar con alguien que no supiera de mi vida. Aunque fuera en francés. Me volví a sentar frente a Luca y se disculpó nuevamente. Hablamos de música, deportes, libros, cine, arte, viajes. Un poco de todo. Comimos. Se nos pasó el tiempo muy rápido. También me ayudó a situarme y guiarme. Me aconsejó, tras decidir donde quería ir, porqué carreteras iría mejor y dónde podía parar a descansar. Nos dimos el número de teléfono, nos caímos bien y es bueno tener un amigo viajero.
Con música y un poco más calmada y aliviada me sumergí en la conducción por las carreteras de Francia. A unos kilómetros de donde salí encontré el pequeño hotel que Luca me aconsejó. Pensando en cómo me iba a organizar cuando llegara a mi destino me dormí en esa pequeña y acogedora habitación.

·         ¿Ahí acaba? – me quejo cuando mamá termina de hablar.
·         ¿Esa es tu aventura fuera de España? – dice Pablo-. Pues vaya mierda – añade.
·         No hables así – dice papá tapándole la boca a Pablo-. Es la historia que yo quería oír, si no os ha gustado no haber venido.
·         Otro día os cuento el resto que ahora ya es tarde – dice mamá-. Hazine recuerda que mañana comemos fuera- añade.
·         ¿No íbamos a cenar?
·         Si no te quieres ir con tus amigos pues cenamos después de tu graduación.
·         ¿Enserio puedo ir a cenar con mis amigos después de la graduación? – pregunto entusiasmada.
·         Si – sonríen los dos.
·         ¿Sin hora?
·         Sin hora – dice mamá.
·         Eso tendremos que hablarlo – dice papá.
·         De eso nada – dice mamá pasándole la mano por la cara para que calle.

Con esas palabras Pablo y yo nos marchamos a nuestras habitaciones a dormir y dejamos a papá y a mamá hablar de sus cosas. Me quedo un rato escuchando lo que dicen. No entiendo lo que dicen. Solo murmuran y ríen. Seguro que se están besuqueando y tocando.

Después de comer en mi restaurante favorito con Josh, mis padres, los suyos y los enanos de Pablo y Terry estoy subida en el escenario del pabellón del colegio esperando mi turno, observando a mis padres, que con una gran sonrisa y los ojos brillantes no me quitan la vista de encima.

Recién graduada en secundaria estoy en una sala habilitada para ésta ocasión rodeada de señoras mayores que achuchan a sus nietos. Me apena que ninguno de mis abuelos estén aquí pero están aquí las tres personas más importantes de mi vida; mi madre, mi padre y mi hermano.

·         ¿Qué te pasa hija? - me aparta mi padre de la muchedumbre-. Deberías estar feliz y haciendo el tonto con tus amigos - me acaricia la cara.
·         Y estoy feliz - sonrío.
·         ¿Estás así por los abuelos? No pienses en eso, no dejes que nuestros problemas te jodan tu día. Volvamos y sonríe, no preocupes a tu madre.

Me agarra por los hombros y volvemos.

·         Los ha elegido mamá, ¿verdad? - señalo los pendientes que me ha regalado por la mañana.
·         Sí – sonríe-, siempre elige ella – se le ilumina la cara al llegar a su vera.

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