Fue el triunfo de la épica, de la lucha, de ganar una batalla táctica, perder otra y sobreponerse a todo y a todos. Contra la Prensa, contra los árbitros, contra los elementos, contra la lobotimización fraudulenta del aficionado al fútbol. El Real Madrid vuelve a ser grande, sí, grande. El más grande, como siempre. Un gol, golazo de un Cristiano Ronaldo que emergió como un titán en la prórroga le dio la Copa al Madrid, el Barcelona de rodillas, su posición natural. Exhibición de orden y cojones, de lucha, entrega y sacrificio, los valores del madridismo que fueron coronados, como siempre, con un triunfo, uno más, campeones, campeones.
El planteamiento inicial de Mourinho desactivó, otra vez, por completo los resortes del Barcelona. Y con un esquema distinto al que se vio el sábado pasado. Si en el Clásico liguero Pepe ejerció de hombre escoba, en esta ocasión el entrenador blanco decidió situar al luso y a Khedira en línea de tres cuartos presionando de una forma desaforada la salida de balón y además basculando de una forma impresionante ante la subida de los laterales azulgrana. Ése 4-1-4-1 desnudó todas las carencias del Barcelona, que se sintió inferior a su contrario y sufrió como un perro.
Fue una exhibición táctica en toda regla. El Madrid superó una primera parte en la que el Barcelona sólo disparó en una ocasión, un chut igual de lejano que desviado de Xavi, y se acabó. Messi fue un espectro. Iniesta, en su línea, nada de nada. Y el capitán azulgrana no olió un balón. El Madrid en ataque no fue un vendaval, pero la sensación de tener controlado todo cuanto acontecía sobre el tapete, incluso con la esperada amarilla a Pepe antes de la media hora, era tremenda. La mejor ocasión, tras dos fallos de Cristiano Ronaldo impropios de un jugador que ha costado lo que él costó, fue del tres madridista, tras una buena jugada de CR7 y Özil por banda derecha que cabeceó espectacularmente el defensa luso al palo derecho de Pinto.
Pero el partido cambió en la segunda mitad. El esfuerzo comenzó a hacer mella, sobre todo en Özil y Xabi Alonso, y el Madrid tuvo que bajar su línea de presión diez metros. Guardiola reaccionó metiendo a Alves mucho más arriba y el Madrid comenzó a sufrir de verdad por la inferioridad en el medio. El Barça amagaba, pero no pegaba, pese a que los de Mourinho estaban agarrotados: dos buenas manos de Iker y una parada a tiro de Messi en su monólogo incesante, el Madrid seguía bien plantado.
El mayor problema venía en la salida de balón, que no duraba: Xabi anduvo desaparecido y ahogado, una máquina de perder balones, y el Madrid apenas era capaz de pisar el campo contrario, desquiciado CR7 porque no le pitaron ni una falta a favor pese a que recibió estopa a espuertas. Ni siquiera la salida de Adebayor, que tardó en entonarse 15 minutos, le dio oxígeno a los blancos. Carvalho, imperial en ese tramo, fue vital para evitar el descalabro.
Pero los blancos sobrevivieron, agarrados como lapas al partido, y no se llevaron el partido en un inmenso remate de Di María que sacó Pinto a mano cambiada casi sobre el pitido final. A la prórroga, con los dos equipos colorados como tomates y reventados físicamente. Y con el físico igualado, sólo hay un futbolista capaz de destacar sobre todos los demás, un deportista sobrehumano, Cristiano Ronaldo. Con un Di María desatado en ese tramo final, CR7 aprovechó un centro tras una fantástica pared larga entre Marcelo y el Fideo para superar con un cabezazo de libro a Pinto.
Quedaba esperar, sufrir, agarrarse al partido. Se hizo, bien, sin estridencias, el Barça fundido. La Copa vuelve a su dueño, como todas las que quedan por llegar. Somos grandes, sí. Y la mentira empieza a enterrarse. Campeones, campeones...
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